Cuando la madre de Rumi escucho el alboroto y el ruido pensó que
había ocurrido lo peor que otra desgracia estaba oscureciendo el sendero de su
preciada familia sim embargo lo que verdaderamente sucedió fue igual de peor
que la muerte tocando su puerta. Su hijo, retoño de su amor y al que siempre querrá
estaba desaparecido.
Y los días que le sucedieron a esa desgracia era una
mancha en su memoria, debilitada por el paradero desconocido de su hijo, ella
se sumió en un pesar que la excluía del resto del mundo, comía porque sus
ayudantes la forzaban, se despertaba porque creía escuchar la voz de su hijo y conciliaba
el sueño al tener la seguridad de que vería a su hijo en un prado dorado de
espigo.
Su hijo estaba desparecido y se había llevado consigo parte
de su alma, estaba al borde de una tristeza de la que nadie la podría sacar,
pero fue la visión de su propio hijo envuelto en plumas de colores intensos que
le dieron la esperanza que casi pierde para siempre. Su hijo estaba vivo, Rumi seguía
respirando y el mismo fue quien le dijo…
Regresare.
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